El Cairo






Jesús de Nazaret, ¿mito, reliquia o verdad?



19 de marzo de 2011



Querido Ignacio:

En unas horas visitaré la Gran Pirámide de Khufu. 4.500 años después de su construcción sigue siendo uno de los monumentos más grandes edificado por la mano del hombre. Reconozco que lo que más me impresiona no es su dimensión, sino la mía junto a ella.
Y ahora me dirás que aprovecho todo para hacer metáforas (es pura deformación —o formación— profesional)… y sí, esta comparación me viene muy bien para seguir con aquello que apuntabas en tu carta. «No es posible —me decías— que algo tan extraordinario como que Dios se haya acercado al hombre sea real. ¿No será que nuestro deseo e imposibilidad de entender la vida ha construido esa realidad? No parece racional que lo divino se revele en lo humano». Efectivamente. Apenas dos metros de hombre frente a los 145 de la pirámide…
Bueno, tenemos que ir por partes. La dimensión del Misterio no impide que podamos acercarnos con una razón amplia a la cuestión. Lo primero que debemos hacer es ver si la pretensión que tuvo Jesús de Nazaret de ser el Dios hecho hombre es histórica, es decir, si Él dijo y creyó lo que los escritos que nos llegan de Él afirman que dijo. Porque si Jesús de Nazaret no tuvo esa pretensión, si esa pretensión sólo es nuestra y Él no la asumió, entonces todo es insostenible, pura alegoría humana.
¿Por dónde empezamos? Por los documentos que tenemos: el Nuevo Testamento. Son los relatos que nos narran la vida de Jesús, lo que hizo y dijo en su paso por este mundo. Muchas personas no aceptan el valor histórico de estos textos, ya que tienen un contenido verdaderamente extraordinario en las enseñanzas de vida y en algunos hechos referidos. Una de esas personas era yo. Mi mirada de la ciencia y del hombre me hacía incapaz de creer que esto hubiera sucedido. Luego, mientras mi vida pasaba, me di cuenta de que otras muchas cosas ocurren a nuestro alrededor; otras muchas cosas que también son extraordinarias, que forman parte del mismo Misterio y que tampoco puedo explicar con esa mirada científica. Pero es verdad que si lo que cuentan no sucedió, su contenido es pura creación literaria, y por tanto no es algo acontecido en la historia que pretenda tener algo que ver con tu vida y con la mía.
Por eso te propongo que nos detengamos un instante en las fuentes que nos permiten conocer la historicidad de la vida de Jesús de Nazaret y de su pretensión de ser Dios con nosotros. Para mí esto fue todo un descubrimiento, Ignacio, porque yo había juzgado durante mucho tiempo la fe católica como una especie de folclore bañado de superstición. Y, sin embargo, me enseñaron que los documentos que manejaban tenían rigor histórico.
Bueno, el autobús va más deprisa de lo que yo imaginaba, y antes de llegar a Giza quiero hacerte un resumen de los documentos de que disponemos para ver si Jesús de Nazaret y su extraordinaria vida son reales, es decir, se dieron en un momento concreto de la historia.
Empiezo por aquellas fuentes no cristianas que mencionan a Jesús. El más importante es un historiador judío, Flavio Josefo, que escribió en torno al año 93 las Antigüedades judaicas, una historia de Israel de modo que pudiera ser comprendida desde Roma. En ella cita dos veces a Jesús y lo que nos transmite concuerda con algunos de los aspectos más importantes que nos transmiten los Evangelios: admirado por la gente y seguido por muchos, realizó milagros; muerto en cruz condenado por Pilato, sus seguidores siguen presentes en el momento de escribir la obra. Hay otros escritores antiguos que también mencionan a Jesús: Mara Bar Serapión, Tácito (56-120), Plinio el Joven (ca. 111), Suetonio (ca. 120) y Luciano de Samosata (ca. 115-120). Es cierto que no son muchos, pero me parecen suficientes indicios: todos ellos estaban fuera de la Iglesia y nada les aportaba el «inventarse» la existencia histórica de Jesús.


La historicidad del Nuevo Testamento

Ahora vamos con el Nuevo Testamento. La clave para confiar en la historicidad de un documento es el tiempo que separa su escritura de los hechos. Los historiadores reconocen que un escrito es histórico en una antigüedad de dos generaciones, 70-80 años. En ese lapso de tiempo nadie puede inventarse un gran acontecimiento, ni religioso ni de ningún tipo, y conseguir que la mentira se implante. Los expertos se apoyan en dos razones:
a) En esas dos generaciones hay testigos vivos que desmentirían el invento, haciendo imposible que la fábula se instalase en la memoria colectiva.
b) Supuesto el intento de forjar una leyenda, quedarían rastros de la controversia entre los fabricantes de la misma y los muchos que no vieron lo que aquéllos pretenden hacer creer.

Los discípulos de cualquier maestro son los primeros interesados en que su memoria se conserve intacta, porque fue eso lo que les convenció. Les preocupa sobremanera que no se añada ni se quite nada a su figura, y este interés es máximo en las primeras generaciones posteriores a la vida del maestro. ¿Crees que algún seguidor de Gandhi permitiría hoy que se le divinizara?
La vida de Jesús de Nazaret, sus palabras y obras, y la vida de sus seguidores se recogen en lo que conocemos como Nuevo Testamento. En él se escribe que cinco, quince, veinte o treinta años atrás, un joven maestro judío de personalidad excepcional mostró una nueva mirada sobre Dios y sobre la vida humana que cautivó a muchos, que se hacía pasar por Dios y por eso fue crucificado, muerto y sepultado, aunque resucitó y subió al cielo. Por otro lado, figura que ese personaje vivió en un tiempo, espacio y circunstancias conocidos, y que fue tratado por las autoridades públicas conocidas por todos, así como por parientes y conocidos aún vivos cuando se escribió el Nuevo Testamento. La credibilidad de esto es lo que nos interesa aclarar.
Bien, entonces, ¿cuáles son los documentos más antiguos del Nuevo Testamento? Las cartas de Pablo, de ahí su gran valor como fuente histórica. Las cartas paulinas seguramente fueron escritas en la década 50-60 (1Co, 2Co, Rom, Gál, Flp, Col, Ef). Su pensamiento está ya formado cuando las escribe: Jesús de Nazaret es el Cristo, el Señor de la historia y el que murió y resucitó por nosotros. Pablo usa conceptos cristológicos que no explica porque supone comunidades capaces de entenderlos. Fácilmente podemos concluir que si Pablo fuera el autor de estos conceptos, los acompañaría de las explicaciones pertinentes porque ¿quién escribe para que no le entiendan? Es así como constatamos que existen unos conceptos arraigados en las comunidades cristianas previos a los veinte años tras la muerte de Jesús. Habría precedido el tiempo y el esfuerzo necesarios para empezar a enseñarlos, explicarlos y repetirlos, hasta poder fijarlos como términos de uso común en unas cartas como las de Pablo.
Hay otro hecho relevante: Pablo usa textos escritos antes de que él escribiera sus cartas, cita escritos que circulan en las comunidades. Esto hace que en el epistolario paulino podamos encontrar fuentes de un valor histórico incalculable por su cercanía al hecho de Jesucristo. Queda claro un dato: muerto Jesús en el año 30, Pablo escribe en la década de los 50 con la certeza de un Cristo divino y salvador de todos con su muerte y resurrección.
Esta fuente fiable, como bien habrás entendido, Ignacio, no prueba la verdad de la pretensión de Jesús ni su condición de Dios hecho hombre. Esta convicción solo podemos tenerla desde la fe, es decir, desde ese acontecimiento en tu vida que te haya hecho caer en la cuenta de que esto verdaderamente va contigo. Sin embargo, eso no se consigue escudriñando documentos. Ahora bien, sí queda claro que la persona de Jesús existió en realidad, y que su pretensión llega a nosotros desde el centro de la historia.
Cuando llegué a esta conclusión en mi vida, fui consciente de una enorme paradoja: la hipótesis del cristianismo como una leyenda sin sustrato histórico parece muy racional porque evita a la razón afrontar un misterio que tiene delante, pero dicha hipótesis no resiste la prueba de la historia, es decir, es menos razonable. Aunque donde encontramos realmente la dificultad no es en su existencia histórica, sino en la historicidad de su pretensión. Negar que en la mente y el corazón de Jesús de Nazaret existió la pretensión de ser Dios para nosotros y afirmar que de pocos años después alguien —Pablo o unas comunidades anónimas— la puso en sus labios y consiguió engañar a todos es una credulidad mayor que una fe que asiente ante unos datos históricos que abren al Misterio de una presencia que supera la razón sin anularla en ningún momento.


Los evangelios y sus fuentes

En cuanto a los evangelios, los actuales son una traducción o una segunda edición modificada de unos originales, redactados entre finales de los 60 y la década de los 90. Pues bien, los evangelios también usan fuentes que fueron escritas entre diez y cincuenta años después de los acontecimientos narrados, principalmente los relatos de la pasión, que se remontan a los primeros diez años de cristianismo. Lo sucedido se narró en menos de dos generaciones, y de hecho, es después de los años 90 cuando empiezan los evangelios apócrifos y otros escritos, con añadidos fantásticos y copias de otras religiones (los apócrifos gnósticos).

«Ahora bien, los estudios de este último siglo y medio han dejado fuera de duda las fuentes que utilizó Lucas para componer su evangelio, identificadas como la fuente Q, el Evangelio de Marcos y otras fuentes propias. Estas fuentes debieron existir ya en griego en la década del 40 al 50. Pero sometiendo estas fuentes a un concienzudo estudio de filología bilingüe, queda fuera de toda duda el dato de que las tres fuentes que utilizó para el ministerio público, pasión y resurrección fueron compuestas en arameo. Todas ellas, por tanto, debieron nacer para cristianos de habla aramea, es decir, de Palestina o regiones cercanas en las que ciertos moradores no habían asimilado aún la lengua griega. Por tanto, es necesario concluir que los originales semíticos de las fuentes de Lucas se escribieron en la primera década después de la muerte de Jesús, del 30 al 40.»[i]

Por otro lado, suponer que en un ambiente hebreo un hombre haya sido cambiado por Yahvé y como tal adorado, y además no al final de una larga serie de generaciones, sino pocos años después de su muerte infamante, significa no conocer nada de los judíos. En muchas zonas del Imperio, deificar una criatura particular podía ser algo simple, pero en una nación era del todo imposible: entre los judíos. Ellos adoraban a Yahvé, el único Dios, cuya figura no se representaba, y ni siquiera su nombre se pronunciaba. Asociar a Yahvé un hombre, quienquiera que fuese, era el máximo sacrilegio; de hecho, sigue siéndolo.


Los evangelios no son una biografía de Jesús

Al insistir en la historicidad de los textos no te estoy queriendo decir que sean historia en el sentido moderno de la palabra, Ignacio. No son textos biográficos, son históricos. Pueden carecer de exactitud histórica, pero no de realidad histórica. Esto lo hemos visto muchas veces en clase.
Una biografía moderna tiene sus propias exigencias acerca de la vida del biografiado: precisión cronológica, documentación de los hechos y ambientación cultural y social en que transcurre la vida del personaje. Los evangelios carecen de estos elementos esenciales en una biografía moderna Está ausente prácticamente toda la infancia, adolescencia y juventud de Jesús; les falta información sobre personajes relevantes que aparecen en el relato, como Herodes, Pilato, Caifás o Juan Bautista; es escasa o nula la información sobre la situación social y religiosa de Palestina; su contenido parece formado por la unión de episodios diferentes, de los cuales solo un pequeño número queda localizado temporal y geográficamente. No son descripciones meticulosas de lo que Jesús dijo e hizo, por lo que no pasarían el examen de una biografía según criterios actuales.
Se trata, sin duda, de una literatura especial, tanto por la excepcionalidad del personaje principal como por la intención que tuvieron los autores al escribir estos libros. Estas características condicionan la forma del relato, pero no se oponen a la validez histórica del mismo. Es importante que veas esto para evitar confusiones, para que podamos seguir construyendo el diálogo. También te hago un aviso para navegantes: mostrar la historicidad de esta pretensión de Jesucristo no significa mostrar la verdad de la misma. Ese salto se da en el corazón y en la cabeza de cada uno.
¿Qué tiene que ver todo esto con mi vida, con la tuya, con esa sed de la que te hablaba desde Nueva York, la sed que todo hombre tiene de saber por qué está aquí?… Sé que llegarás a buen puerto si lo piensas, siempre y cuando lo hagas como siempre me has demostrado que lo haces: con una mirada amplia y profunda de la realidad, sin dar nada por sentado, pero sin que nada sea sospechoso de ser falso a priori.
¿Por qué, si efectivamente Dios decidió hablar al hombre hace dos mil años, no podrá llegar su eco hasta nosotros?

Ya hemos llegado. Ahora nos queda caminar algunas dunas para contemplar las pirámides de Giza… Creo que eso me ayudará a entender mejor la importancia de la desproporción de esta obra con su autor: ¿cómo es posible que en mitad de la nada surgiera esto?
Tu viejo profesor





[i] J. M. GARCÍA, Orígenes históricos del cristianismo, Encuentro Ediciones, Madrid, 2007, p. 54.

No hay comentarios:

Publicar un comentario