Nueva York







El hombre como pregunta
6 de enero de 2011



Querido Ignacio:

Te extrañará que te escriba una carta como ésta, pero el otro día me quedé con las ganas de seguir hablando, de buscar juntos las respuestas a las preguntas que me lanzabas como dardos. No digo que este método sea una apuesta segura, pero por lo menos habremos ganado la batalla a la prisa. Y la falta de respuestas no vendrá por no habernos empeñado en la contienda, por no habernos tomado en serio nuestra búsqueda.
No sólo te escribo porque siga siendo un profesor romántico y me parezca que el método epistolar tiene su gracia (y su profundidad) sino porque, como te dije, este año, tras décadas dedicado a la enseñanza a pie del cañón, tendré mi primer sabático y lo dedicaré a viajar y a comprobar que aquello que enseño no está alejado de la realidad, y que la realidad tiene un mismo horizonte para todos los hombres.
Ya ves, mi primera parada, Nueva York. Un lugar en el que pareciera que las preguntas se convierten en rascacielos. Enormes, insondables… y nosotros ahí, subidos al andamio, como en esa foto tan famosa en la que los obreros se comen el bocadillo a cientos de metros del suelo… ¡Qué pequeñez! ¡Y qué ingenuidad la suya!… Pero, ahí están. Construyendo un edificio con el deseo de llegar al cielo (¿recuerdas la clase en la que vimos la pretensión que sostenía la Torre de Babel?) y… tomándose un bocata.
Bueno, pues así estoy yo ahora mismo ante tu inquietud.
«¿Para qué la vida?», me dijiste, y te quedaste tan ancho soltando la gran pregunta que teje toda la historia de la humanidad. Y yo aquí, tras cientos de lecciones en el aula, sigo mirando el cielo que bordea los rascacielos, y me pregunto contigo: ¿para qué la vida?
Lo que te voy a contar no es más que mi experiencia, que vuelvo a hacer mía tras tu interpelación. Y esta experiencia —a medida que pasan los años, más me convenzo— es dada como un regalo, como una certeza que no me pertenece, pero que me ayuda a distinguir el sol tras tanta mole de cemento. Querido Ignacio, toma lo que quieras, como un regalo que no puedo disfrutar yo solo. Como si, encima del andamio, te diera la mitad de mi bocadillo.


El hombre se hace preguntas

Lo primero que te digo es que ¡no eres raro! No te sientas extraño por tener un raudal de preguntas para las que no hallas respuestas, y a la vez un deseo enorme de enfrascarte en la vida sin esperar a tener muchas seguridades. ¡Bienvenido a la existencia! Llevamos dentro una búsqueda, una necesidad de saber para qué vivimos, de anclar nuestra vida a algo o a alguien que le dé sentido. Esta inquietud la tenemos todos. De hecho, las preguntas que me hacías el otro día eran auténticas inquietudes. No sólo se preguntan estas cosas los filósofos, los sabios o los que se dedican a la vida ociosa. Nos las planteamos tú, yo y todos los seres humanos, no importa la edad, la cultura, la forma o las palabras.
Estas preguntas vienen de dentro, no nos las mete nadie en la cabeza ni en el corazón. Salen porque somos buscadores por naturaleza, así estamos hechos. Y es muy serio lo que está en juego: el sentido de nuestra vida, de todo lo que somos y lo que hacemos.
Las preguntas que nos queman surgen cuando la realidad de la vida nos impacta de alguna manera: un dolor, una buena noticia, una decisión que se nos impone tomar… Siempre nos planteamos «¿esto por qué?, ¿para qué?». ¿Que cuándo tomé yo conciencia de que era urgente encontrar respuestas? Cuando mi hermano pequeño murió.
Aun así, no creas que pongo el dolor como único detonante para enfrentarse a la vida. Éste es mi camino, el tuyo será otro. ¿Recuerdas uno de esos momentos en los que una conversación con un colega, o el descubrimiento de algo pequeño pero urgente para ese día o la casualidad que intuyes pensada por alguien te han hecho sobrecogerte? ¿Has sentido en alguna ocasión tu propia pequeñez al contemplar el cielo estrellado de una noche ruidosa de verano? ¿Te has enamorado, Ignacio? ¿Qué me dices de eso?
Al cruzarnos con lo más bello (trenzado, tantas veces, en lo cotidiano), también nos surge la pregunta: y yo, ¿quién soy yo?, ¿quién es ese que se admira por la vida? Yo soy pregunta, soy deseo. Y deseo la felicidad (¡con todas mis fuerzas!), deseo la belleza, deseo que se haga justicia, deseo que las cosas sean de verdad, que lo bueno sea para siempre, deseo que me quieran (que me quieran siempre aunque haga las cosas mal), deseo querer… En definitiva, deseo encontrar la respuesta de mi vida, para que esto no sea, como dice un personaje de Shakespeare, «estruendo y furia, y la nada…».[i]
Recuerdo ahora cuando el otro día, en un momento de la conversación en que yo te exigía que pusieras palabras a tu anhelo, tú me contestaste con un verso de José Hierro:

Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras.
Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente

Ignacio, ahora soy yo quien no tiene más palabras que las del mismo poema que me proponías:

Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte.
Hace ya mucho tiempo aprendí hondas razones que tú no comprendes.
Revelarlas quisiera, poniendo en mis ojos el sol invisible. (…)
Si ahora yo te dijera que había que andar por ciudades perdidas
y llorar en sus calles oscuras sintiéndose débil…[ii]

Sólo sé que mi razón es mucho más amplia que las palabras que os dictaba en clase; que esa razón está hecha como la tuya, de intelecto y corazón; que, como tú, anhelo una compañía fiel, un abrazo verdadero, ser paz en lo más profundo.
Nada de esto es un juego, ni es pura teoría. De hecho, si lo piensas, ¿qué ha sido o es tu vida si no respondes a todo esto?

«Lo confieso, yo no he vivido y no vivo la falta de fe con la desesperación de un Guerriero, de un Prezzolini (…). Sin embargo, siempre la he sentido y la siento como una profunda injusticia que priva a mi vida, ahora que ha llegado al momento de rendir cuentas, de cualquier sentido. Si mi destino es cerrar los ojos sin haber sabido de dónde vengo, adónde voy y qué he venido a hacer aquí, más me valía no haberlos abierto nunca. Espero que el cardenal Martini no tome esta confesión mía por una impertinencia. Al menos en mi propósito, no es más que la declaración de un fracaso.»[iii]

Sabes de quién son estas palabras. Muchas veces os las he dicho en clase. Cualquiera que tome su vida en serio podría firmar esta afirmación de Montanelli, hombre de un enorme éxito en su carrera periodística. Pero firmar eso hace temblar la mano del alma. Nuestra búsqueda, tomada en serio, conlleva este riesgo. No es ninguna banalidad. Nadie desea atravesar el campo de batalla de la vida y no encontrar nada al final.
Estarás de acuerdo conmigo en que si la pregunta mira al Infinito, la respuesta no puede ser limitada. A preguntas últimas sólo caben respuestas últimas, preguntas últimas porque no hay ninguna más allá de ellas. Buscamos el sentido de todo, de la vida, de la muerte, del amor, del sufrimiento, del trabajo, de la soledad… Podemos dar respuestas parciales, que solucionen más o menos la cuestión, pero lo que nuestro corazón de verdad anhela es un sentido que ilumine todo, vida y muerte.


Libres para huir o para afrontar

Sin embargo, el telar de nuestra vida tiene muchos hilos, y no todos van ordenados en la lanzadera. A veces, el hilo de la libertad viene a complicar el dibujo final, aunque es cierto que, sin él, nada tendría color. Todos los telares estarían determinados por la misma mano. Esta libertad hace que cada uno pueda situarse como quiera ante esta búsqueda, ante las respuestas que vayan apareciendo. Puedes escuchar, o taparte los oídos, o hacer como si no pasara nada, pasar de todo…
Desde la tarima en clase se aprecia bien esto que te digo: esos ojos que nada preguntan porque sólo esperan el silbato de salida… esos ojos han huido, ese alumno ya está rendido ante la vida. Aunque no lo sepa, ese alumno ya ha descubierto que la existencia, su existencia, es insondable y ha decidido rendirse ante ella. Nunca te lo he dicho, pero gracias. Gracias, porque tu frente siempre se ha levantado hacia mí como una profunda interrogación a la espera de que suene la palabra del maestro… Sólo confío en no haber dimitido arrastrado por el vértigo, ese vértigo que acomete cuando se está solo, en un plano más alto, del silencio del aula[iv].
Lo paradójico es que hemos nacido con una sed que no hemos elegido, si bien es cierto que somos libres para hacer lo que queramos con ella, afrontarla o ignorarla, saciarla definitivamente o a ratos. Por tanto, podemos no buscar el sentido, aunque es una opción difícil puesto que el corazón nos grita otra cosa.
En todo caso, Ignacio, no siempre somos tan evidentes. Podemos ser sofisticados a la hora de huir, y mirar de reojo la realidad. Hay distracciones, que en verdad son huidas sutiles, y hay también tímidas preguntas que son máscaras de la auténtica búsqueda de sentido. Especialmente hoy, cuando lo urgente parece ganar siempre la partida a lo importante, y si alguien intenta cambiar de rumbo, es considerado como un sibarita. Muchas veces la hiperactividad es una «honrosa» forma de eludir el encuentro con uno mismo y con la vida. Te lo dice alguien que lleva años enfrascado en lo que, según me parecía, era «lo urgente» del mundo.
El impulso profundo que nos empuja a buscar el porqué de lo que nos pasa es algo que está ahí, un deseo, un anhelo de algo más. Reprimirlo, ignorarlo, «distraerse» y dejarlo sin resolver no puede ser sino huir de él, o más bien, de nosotros mismos. Hacía años luchábamos contra la censura que imponía el poder, pero nunca nos paramos a ver que la censura que más daño nos hacía era la que nos provocábamos nosotros, la de nuestra propia humanidad, aquella que arrancaba de cuajo nuestras inquietudes. Espero, yo también, que este viaje que acabo de emprender me quite los paracaídas que he ido abriendo ante el vértigo sin darme cuenta.


El instinto de mirar hacia arriba

Tu juventud me obliga a recordar la mía. Y «a recordar cosas que olvidar quisiera», como diría un poeta… pero fue en ese momento que te mencioné antes cuando intuí que estamos hechos para algo más grande que nosotros mismos y tenemos plena libertad para buscarlo. Me di cuenta de que para preguntarse acerca del sentido de la existencia había que empezar por mirar al cielo. Sin importar la idea que se tenga de lo que puede haber allí. ¿Dónde podría, si no, volver a abrazar a mi hermano?
Ahora estoy en una ciudad a miles de kilómetros de casa. Y experimento lo estudiado: cada uno, cada ser humano, con las palabras de su época, con su formación, desde su cultura y coordenada en el mapa, cada hombre a lo largo de la historia ha expresado, de una forma u otra, su sentido religioso. Tiene que haber un bloqueo hondo para no reconocer esta tendencia, algún prejuicio ideológico o una herida en el alma.
Una simple mirada a la historia antigua me mostró con claridad cómo en distintas partes de la Tierra, marcadas por culturas diferentes, han brotado al mismo tiempo las preguntas religiosas que caracterizan la existencia humana: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo y adónde voy?, ¿por qué existe el mal?, ¿qué hay después de esta vida? Estas preguntas se encuentran en los escritos sagrados de Israel, pero están también en los escritos de Confucio y Lao-Tsé y en la predicación de los Tirthankara y de Buda; asimismo se hallan en los poemas de Homero y en las tragedias de Eurípides y Sófocles, así como en los tratados filosóficos de Platón y Aristóteles. De la respuesta que cada uno dio a tales preguntas, en efecto, dependió la orientación que le dieron a su existencia.
No todos tienen de Dios una idea exacta pero prácticamente todos afirman que existe. Yo también tuve esta certeza en un momento de mi vida. Y desde ella te hablo.
La pregunta que tú me lanzabas (desnuda de ironía) en nuestra última conversación me ha dado que pensar: «Y si Dios existe, ¿qué?». ¡Fantástica tu agudeza! Efectivamente, o su divinidad hace por acercarse al hombre, o este puñado de inquietudes e intuiciones que es el ser humano no llegará a Él ni por asomo… Podríamos pensar: «¿No debería ese Dios ser capaz de intervenir en la historia humana a nuestro favor y darnos esas respuestas últimas? Si no pudiese, ¿qué Dios sería?». No parece lógico pensar en un Dios que ignore las respuestas que necesita el hombre. Nada tendría sentido. Si somos una creación suya, ¿nos creó para nada y con el hambre de algo que no existe? Si lo piensas, la pregunta que mejor se corresponde con las cuestiones que piden nuestra cabeza y nuestro corazón es: ¿existe el Dios que interviene en las cosas de los hombres?

Te tengo que dejar. Te escribo desde la calle, hace mucho frío y la luz del sol se ha ido. Siento dejarte con la pregunta, pero ésa es la vida: una pregunta, y el tiempo que se nos regale para responderla… Creo que tu nombre ya te indica el camino. «Ignacio» significa ardiente, aquel que se apasiona por la meta, por la verdad… Tienes todo el impulso por descubrirla.
Prepara muy bien los exámenes.
Un abrazo,

Tu viejo profesor



[i] W. SHAKESPEARE, Macbeth, 5, 5.

[ii] J. HIERROAlegría, Gráficas Uguina (Col. «Adonais», XXXIX), Madrid, 1947.

[iii] I. MONTANELLI (febrero de 1996); en U. ECO, C.M. MARTINI, ¿En qué creen los que no creen?, Temas de Hoy, Madrid, 1997, pp. 128-130.

[iv] M. ZAMBRANO, Filosofía y educación, Editorial Ágora, Málaga, 2007, p. 116-118.

7 comentarios:

  1. Un saludo. Envié hace tiempo un comentario pero no ha salido. Simplemente agradezco la carta. Habría que indicar que una parte de la misma recoge un texto de Juan Pablo II en la encíclica "Fides et ratio". Gracias.

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  2. Es la primera carta que leo y me ha dejado profundamente impactada. Sí, todos nos hemos hecho o nos hacemos estas preguntas, pero para mí la respuesta es "que Dios existe", aunque a veces juegue al escondite con nosotros, sus hijos. Por otra parte es importante tener en cuenta que nos ha regalado la libertad para facilitarnos el camino si escogemos bien, pero hay que conocerle, tratarle y amarle, y pedir-le luces cuando nos encontremos en una encruci-jada y perdamos el norte.

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  3. Por Diocidencia me encontre este libro tirado en Barajas y fue el medio que Dios utlizo para hablarme directamente

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  4. Muchas gracias por los comentarios!
    Mabel: la manera en que diste con el libro es muy llamativa... ¿lo encontraste tirado sin más? ¿Qué fue lo que te llamó la atención? ¿Qué fue lo que te hizo recogerlo y ponerte a leer? Si puedes contarnos un poco más tu experiencia te lo agradeceríamos mucho. Un saludo!

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  5. P.E.N.E. - Periódicamente Estudias la Nada Estudiando

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  6. Tengo el pene erecto, con este blog a cualquiera se le pone asi ¿no?

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  7. Muchas gracias por la carta, es un buen medio para hacer que algunos jóvenes encuentren el sentido de su vida.

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